Friday, January 11, 2013

La pobreza santa puede ayudar a la pobreza extrema




Por Monseñor Gerald F. Kicanas

La pobreza es una virtud pero también un estado triste de sufrimiento y necesidades.

Cristo nos llama a ser pobres y dice de sí mismo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Cristo nos invita a imitarlo, renunciando a las posesiones terrenales y despojarnos de las cosas que creemos que necesitamos para adoptar una vida simple. Aunque la pobreza es una virtud que debe ser adoptada, esta también puede significar vivir en circunstancias infrahumanas, carentes de las necesidades básicas. 

Desde que tomé el cargo de presidente de la junta de Catholic Relief Services y como obispo de Tucson, cerca de la frontera entre Arizona y México, he visto de cerca la pobreza extrema. La falta de comida, agua potable, falta de vivienda y cuidados de salud, y la falta de oportunidad de proveer sustento para sí mismo y para la familia es la preocupación y batalla diaria de gente viviendo tan cerca como en México y tan lejos como Birmania. Esa pobreza existe aún en este país. Tucson, donde vivo, es la sexta región metropolitana más pobre de los Estados Unidos.

Recientemente estuve en Mexicali, en el estado de Baja California en México, donde un fuerte terremoto destruyó numerosas viviendas hace dos años. Familias vivían en casas improvisadas, rebuscándose día a día para encontrar suficiente comida para sobrevivir. Nuestra diócesis y la Diócesis de San Diego están construyendo cinco viviendas para familias desplazadas, eso es apenas una gota en el océano de familias necesitadas ahí. Durante nuestra visita, las madres suplicaban que les ayudásemos a reconstruir las vidas de sus familias. La necesidad es intensa y los recursos son limitados. 

Durante una visita a Haití, un país bello pero extremadamente pobre, vi a gente buscando comida en basureros, buscando beber agua en ríos contaminados, buscando una manera de sobrevivir. Rompe el corazón el ver seres humanos forzados a vivir sin dignidad y en esas situaciones tan desesperantes.

La gente en Birmania trata de ganarse la vida a duras penas en áreas rurales con solamente lo básico para sobrevivir.  La pobreza no le puede arrebatar a uno la alegría pero representa una vida difícil. Me fui impresionado por la bondad y amabilidad de quienes poseen solo lo básico.

La pobreza persiste alrededor del mundo aún en este Tercer Milenio, una era moderna cuando hemos logrado avances tecnológicos y muchas bendiciones. Tristemente la desigualdad de recursos y de oportunidades caracteriza a nuestra avanzada sociedad.

Como gente de fe en este Año de la Fe estamos llamados a tener corazones que perciben  donde se necesita el amor y responden al llamado. Estamos llamados a compartir lo que tenemos, para abogar en favor de los que tienen necesidades desesperantes. Debemos solidarizarnos con los pobres del mundo. Debemos darnos cuenta de la orden de Dios de velar por los más pobres. Debemos tratar de proveer dignidad humana a los olvidados o a los que no son tomados en cuenta.

Enfrentados a la pobreza penetrante en nuestro mundo, parece que a algunos no les importa. Pero no puede ser así para quienes desean ser discípulos de Cristo. Necesitamos estar conscientes de la necesidad y responder a esta.
Si acogemos la llamada del Evangelio de ser pobres de espíritu, podremos considerar lo que tenemos como bendiciones de Dios para compartir y no para acumular. Entonces nos damos cuenta de que la verdadera felicidad se encuentra en quienes somos y no en lo que tenemos. Si somos discípulos de Cristo buscando vivir como el vivió, debemos solidarizarnos con nuestros hermanos y hermanas mas necesitados.

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El Obispo Gerald F. Kicanas de Tucson, Arizona, es presidente de Catholic Relief Services.

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